jueves, 23 de junio de 2011

Diez (Elena)

Era viernes y, aunque sabía que ya no tenía esperanzas con él, deseaba verlo. Estaba con Cristina dando una vuelta. Pasamos por una calle cercana a la biblioteca. Si tenía suerte, podía verlo. Y debería de ser mi día de suerte, porque Manuel pasó por nuestro lado y nos saludó. Me entró una alegría inmensa, pero me duró poco. De repente, empecé a sentirme mal. Sentía que mi cabeza daba vueltas y que mi cuerpo no se sostenía en pie. Noté que los brazos de Cristina me cogían. Escuché su voz y luego otra, que no sabía, en un primer momento, de quien podía ser. También noté que otros brazos me cogían por la cintura. Ese olor me era familiar, pero ¿de qué?. Lo siguiente que recuerdo es estar sentada sobre un banco de piedra.
-Cris, ¿dónde estás?.
-Ahora viene- Esa voz de chico me era familiar.
-¿Manu?- pregunté sorprendida y extrañada.
-Si, soy yo.- respondió.
Mis ojos se abrieron de par en par y me quedé mirandolo. Éste me miraba también. Iba a preguntarle que hacía allí, cuando Cristina llegó al trote.
-¡Ay, amiga!. Como me alegro que estes mejor.-dijo.
Me di cuenta de que llevaba algo en las manos.
-Dale lo que le hayas comprado- dijo Manuel sin apartar la mirada de mí.
Mi amiga me entregó una chocolatina. La abrí y le di un pequeño mordisco. Aún no entendía qué hacía allí Manuel. Mi amiga pareció que me leyó el pensamiento, porque dijo:
-Si no hubiese estado Manuel por allí, no sé que habría hecho contigo.
-Simplemente estaba en el lugar preciso y en momento justo.
-A sido muy amable cogiendote, porque yo no podía- dijo Cristina guiñandome un ojo.
Entonces, esos brazos eran de Manuel. Suspiré y me di cuenta que mi cara adquiría un color rojo intenso.
-Parece que se está recuperando, ¿estás mejor?- preguntó Manuel.
-Si, estoy mejor, gracias.
-No creo que los colores sean por eso- dijo en tono irónico mi amiga.
Le pisé el pie, pero ella no hizo gesto de dolor.
No podía creer que Manuel me hubiese cogido. Me fijé en ese momento que me miraba de forma diferente, o eso me parecía a mí.
Una llama de esperanza se volvía a encender dentro de mí.

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