jueves, 14 de julio de 2011

Trece.

-¡Como tarda Cristina!-exclamé.
Mi amiga estaba tardando mucho y eso que sólo había ido a comprar unas chucherías a un kiosko cercano.
Era domingo y había salido con Cristina, Clara y María. La primera llegó unos minutos después de que empezara a quejarme. Mi amiga tenía una amplia sonrisa en sus labios. Empezó a repartir gominolas, pero no hubo manera de que soltara prenda en toda la tarde.
Insistí mucho, pero nada. E incluso el rato que estubo en la puerta de mi casa, insistí de nuevo, pero no había manera de que dijera algo. Cristina era bastante cabezota y, cuando se encerraba en algo, no había manera de sacarla de ahí.
-Por favor, dime algo- le supliqué oir enésima vez.
-Te voy a dar una sola pista.
-Val, dispara.
-He hablado con Manuel.
-¿Qué has hecho qué?- grité algo sorprendida.
-Lo que has oído. Ahora, me voy.
-No, ahora no me vas a dejar con la intriga. ¿Sobre que habeís hablado?
-Sólo me ha preguntado como te encuentras. Parecía interesado en tu estado- noté que mi amiga mentía.
-¿Sólo de eso?. Te conozco perfectamente para saber que me estás mintiendo.
-No te estoy mintiendo, Elena- dijo y miró para otro lado.
No quise presionarla más. Ya la pillaría desprevenida y me lo diría. Fuera como fuera.
No podía ni imaginar lo que podría haber hablado con Manuel. NO tenía ni la más leve idea.
Cristina se marchó al poco tiempo. Se despidió y me dijo que ya nos veriamos. Yo entré en casa, saludé a mis padres y a mi hermana mayor. Me senté a cenar y, al poco tiempo, me fui a dormir. Pero antes, escribí en mi diario. Tenía que apuntar que lo había visto y que Cristina había hablado con él. Me gustaba apuntarlo todo. Era así desde que tenía catorce años y, a mis veintiuno, aún seguía con esa costumbre. Y no creo que la perdiese... de momento.