miércoles, 29 de junio de 2011

Doce (Manu)

El sábado pasó y llegó el domingo. Salí a dar una vuelta con algunos amigos. Le había contado a Gonzalo lo sucedido con Elena.
-Pues menos mal que estudias medicina, que si estudiases Ingeniría como yo, no sé lo que hubieres hecho.
-Ya se vería, pero que una bajada de azúcar o de tensión es facil de ver.
Gonzalo se encogió de hombros y entramos en un kiosko a comprar algunas gominolas. Allí vi a Cristina, pero no a Elena. Me pareció extraño. De todas maneras la saludé y, cuando se iba, la detuve:
-Oye Cristina, ¿puedo hablar contigo un momento?
-Si, claro. Te espero en la puerta.
Asenti y, cuando salí, fui a su encuentro, pero antes le dije a Gonzalo que ahora me reuniría con ellos. Se marchó y yo empezé a hablar con la amiga de Elena.
-¿Qué tal Elena?- le pregunté.
-Bien, está allí con otras amigas- dijo señalando hacía la plaza que estaba cercana al kiosko.
-Me alegro- contesté y Cristina se quedó mirandome.
-¿Por qué no le dices que te gusta?- dijo sin tapujos.
-¿Cómo?- pregunté bastante sorprendido.
-Se te nota desde lejos que estás colgado por ella y no me digas que no es así.
La miré durante unos segundos antes de decirle la verdad.
-Si, llevas razón. Me gusta tu amiga desde hace tiempo, pero no le quiero decir nada porque estoy seguro de que no le gusto.
Cristina empezó a reirse. Yo la miraba algo extrañado.
-Perdona..., pero me ha echo gracia lo que has dicho sobre que no le gustas a ella.
-¿A qué te refieres con eso?
-A ver, si te gusta, ¿por qué le dijiste que le gustaba a un amigo tuyo?
-No sé, me dio miedo a que me rechazara.
-Mira, no te conozco mucho y perdona que te diga esto, pero eso de es de cobardes. Le deberías a ver dicho que te gusta.
-Ya, me han dicho lo mismo mis amigos. Perdona, pero ¿me puedes explicar por qué te has reido?- le pregunté.
-A Elena le gustas.

jueves, 23 de junio de 2011

Once (Manu)

¿A qué se podía referir la amiga de Elena cuando dijo que no creía que los colores de su cara fueran porque se estaba recuperando?. Miré a ambas amigas. Elena mantenía la mirada fija en el suelo y su amiga, la miraba. Luego, fijó su mirada en mí:
-Perdona, pero con el ajetreo de Elena no me he presentado. Soy Cristina.- dijo la chica. Tenía el pelo castaño y un poco rizado. Sus ojos eran claros, como verdosos. Y era un poco más alta que Elena, pero sólo unos centrimetros.
-Yo soy Manuel, aunque ya veo que me conoces- dije sonriendo.
-Elena me contó lo que le dijiste- contestó ella y miró a su amiga, quien la miraba con el entrecejo fruncido.
Está se levantó deprisa y se tambaleó un poco al hacerlo. Cristina la agarró antes de que yo tubiese tiempo a reaccionar.
-¡Estoy bien!- exclamó- Creo que deberíamos irnos ya, se está haciendo tarde.
-¿Tarde?. Si apenas son las nueve...
-No quiero llegar tarde hoy a casa- le dijo.
La noté algo enfadada.
Yo también me levanté, pasé por el lado izquierdo de Elena y me despedó de ambas chicas.
-Yo me marcho para mi casa. Hasta pronto- dije.
Di dos pasos y me volví.
-Elena, tomate algo más con azúcar cuando llegues a tu casa, ¿vale?- le aconsejé.
-Si. Muchas gracias por todo- contestó ella con una sonrisa.
-Adiós- fue lo único que salió de mi boca.
-Adiós- respondieron las dos chicas.
Hice un gesto con la mano a modo de despedida y me fui. Hoy, después de seis años que me llevaba gustando esa chica, había estado un rato con ella y había tocado su piel.
La verdad, es que no me esperaba hacerlo de aquella manera. Siempre que lo había pensado, era algo como cogerle de la mano o algo parecido. Pero nunca había imaginado que la tuviera desmayada entre mis brazos.
Era un poco anticuado en esas cosas, eso siempre me lo decían mis amigos.
Anticuado y un sentimental de cuidado.
Llegué a casa, solté el malentín con el ordenador portatil y me fui a cenar.

Diez (Elena)

Era viernes y, aunque sabía que ya no tenía esperanzas con él, deseaba verlo. Estaba con Cristina dando una vuelta. Pasamos por una calle cercana a la biblioteca. Si tenía suerte, podía verlo. Y debería de ser mi día de suerte, porque Manuel pasó por nuestro lado y nos saludó. Me entró una alegría inmensa, pero me duró poco. De repente, empecé a sentirme mal. Sentía que mi cabeza daba vueltas y que mi cuerpo no se sostenía en pie. Noté que los brazos de Cristina me cogían. Escuché su voz y luego otra, que no sabía, en un primer momento, de quien podía ser. También noté que otros brazos me cogían por la cintura. Ese olor me era familiar, pero ¿de qué?. Lo siguiente que recuerdo es estar sentada sobre un banco de piedra.
-Cris, ¿dónde estás?.
-Ahora viene- Esa voz de chico me era familiar.
-¿Manu?- pregunté sorprendida y extrañada.
-Si, soy yo.- respondió.
Mis ojos se abrieron de par en par y me quedé mirandolo. Éste me miraba también. Iba a preguntarle que hacía allí, cuando Cristina llegó al trote.
-¡Ay, amiga!. Como me alegro que estes mejor.-dijo.
Me di cuenta de que llevaba algo en las manos.
-Dale lo que le hayas comprado- dijo Manuel sin apartar la mirada de mí.
Mi amiga me entregó una chocolatina. La abrí y le di un pequeño mordisco. Aún no entendía qué hacía allí Manuel. Mi amiga pareció que me leyó el pensamiento, porque dijo:
-Si no hubiese estado Manuel por allí, no sé que habría hecho contigo.
-Simplemente estaba en el lugar preciso y en momento justo.
-A sido muy amable cogiendote, porque yo no podía- dijo Cristina guiñandome un ojo.
Entonces, esos brazos eran de Manuel. Suspiré y me di cuenta que mi cara adquiría un color rojo intenso.
-Parece que se está recuperando, ¿estás mejor?- preguntó Manuel.
-Si, estoy mejor, gracias.
-No creo que los colores sean por eso- dijo en tono irónico mi amiga.
Le pisé el pie, pero ella no hizo gesto de dolor.
No podía creer que Manuel me hubiese cogido. Me fijé en ese momento que me miraba de forma diferente, o eso me parecía a mí.
Una llama de esperanza se volvía a encender dentro de mí.

miércoles, 22 de junio de 2011

Nueve (Manu)

Abril llegó y con él, la Semana Santa. Vi a Elena casi todos los días y, cada vez que nuestras miradas se cruzaban, notaba la suya algo triste. En esos momentos, no podía imaginarme el por qué.
Los días pasaron, y me encontraba, como un viernes cualquiera, estudiando en la biblioteca. Estaba solo, así que bajé un rato al patio para despejarme un poco. Subí de nuevo unos escasos minutos después, recogí todo y me fui para mi casa. De repente, me habían entrado ganas de irme.
Iba tranquilament por una calle cercana a casa, cuando la vi. Estaba acompañada de una amiga. Pasé por delante de ellas y las saludé. No había dado ni cuatro pasos por delante de las chicas, cuando la voz de la amiga de Elena, sonó alarmada:
-¡Elena!, ¿qué te pasa?.
Me giré de inmediato y vi que su amiga la tenía cogida como podía. La cara de Elena estaba pálida, blanca como la nieve.
Me acerqué rápidamente a ellas y ayudé a su amiga.
-Tranquila, no es nada. Es una simple bajada de azúcar- dije.
La chica me miró extrañada, como si no entendiera nada.
-Estudio medicina. Sé de esto algo- aclaré sonriendo.
-Algo había oído- contestó y su mirada se posó en Elena.
Le pasé un brazo por la cintura y su amiga le puso uno de sus brazos por mi cuello. Andamos unos cincuenta metros hasta llegar a una plaza cerca de mi casa, donde senté a Elena en un asiento de piedra.
-¿Llevas algo encima con azúcar?- pregunté.
-No, nada, pero ahí hay una tienda. Voy y le compro algo- dijo y salió disparada hacia allí.
-Cris, ¿dónde estas?- preguntó Elena aún aturdida.
-Ahora viene- contesté.
-¿Manu?- preguntó ella entre sorprendida y extrañada.
-Si, soy yo. Contesté.
Todavía no me explico todo lo que encadenó aquello.

lunes, 13 de junio de 2011

Ocho (Elena)

Como cada viernes, mi amiga Cristina y yo, salimos a dar una vuelta. Fuimos a cenar y luego, fuimos a comprar algunas gominolas en nuestro kiosko habitual. Me apetecía comer algo dulce después de cenar.
Cuando nosotras entrabamos, me tropecé con Manuel y algunos amigos de él. El corazón me dio un vuelco. Sonrió al verme y me saludó:
-¡Hola!
-Hola- le dije yo. Tenía que estar temblando, porque sentí la mano de Cristina sobre mi hombro.
Intenté sonreirle, pero no creo que me saliese una sonrisa en condiciones. Manuel se marchó y Cristina compró las chucherías por mí, dado que yo no atinaba a pedir nada. Al salir de allí, nos sentamos en la plaza para comernoslas. Yo no me di cuenta de nada hasta que mi amiga me dijo:
-Hoy debe de ser tu día de suerte. Mira quien está sentado en aquel banco.
Miré hacía donde decía mi amiga y vi que allí estaba Manuel. El corazón me volvió a dar un vuelco. Respiré hondo mientras mi amiga me volvía hablar:
-Elena, me pregunto a cual amigo de tu querido Manu le gustas.
-Eso mismo digo yo.
-Hombre, si te digo mi verdad, si yo fuera tú, me quedaría con aquel amigo suyo que acaba de llegar. El de los ojos claros y que es mas harto que él.
Miré disimuladamente y vi que había llegado su amigo Gonzalo, de quien sabia que era como un hermano para el chico que me gustaba. La verdad, es que no era para nada feo. Tenía unos bonitos ojos azulados, media alrededor del metro noventa, estaba bastante bien y tenía el pelo marrón muy oscuro. Pero yo sólo tenía ojos para un único chico.
Manu.
Pensaba en él casi todo el día, no podía dejar de mirarlo cada vez que lo veía...
Definitivamente, me estaba volviendo loca.

miércoles, 8 de junio de 2011

Siete (Elena)

-¡No me lo puedo creer!.¿Cómo es que te dijo que le gustabas a un amigo suyo?- exclamó Cristina cuando le conté lo sucedido.
-Pues lo que te acabo de contar, Cristina.
-Mira, no es por nada, pero a mí me parece que tú le gustas a él. Lo que pasa es que lo dará vergüenza decirtelo.
-¡Venga ya!. Eso si que me lo creo.
-Tiempo al tiempo, Elena.
Me quedé mirando a mi amiga. Que yo le gustara a ese chico, era imposible. Debía de admitir que,cada vez que lo veía, me quedaba mirandolo. En algunas ocasiones, lo había pillado mirandome. Pero eso no quería decir nada.
Suspiré y me tiré sobre mi cama. Cristina volvió a hablar.
-Venga, Elena, no te desanimes. Ya sabes lo que se dice: la esperanza es lo último que se pierde.
-Ya no sé lo que pensar, amiga.
-Te lo he dicho antes, tiempo al tiempo.
Sonreí, no sabía que decirle.

Después de un rato, mi amiga se marchó a su casa. Ya quedaríamos al día siguiente para dar una vuelta.

Un poco después de cenar, me acosté. Aunque no me quedé dormida hasta un rato más tarde.
Me quedé pensando en todo lo sucedido esta tarde. Ni siquiera me había desprendido de aquella nota que me había dado Manuel, y no creía que lo fuera hacer. Era lo único que tenía de él: una hoja con unas cuantas palabras.
Suspiré con aquella hoja en mi mano derecha.
Cuando me quise dar cuenta, tenía las lágrimas saltadas. No sabía muy bien por qué lloraba. No tenía ningun motivo para hacerlo. Me sequé las lágrimas, mientras pensaba en él.
Manu.
¿Cómo podía pensar que yo le gustaba?.¿Y si tenía novia?. Nunca lo había visto con ninguna chica, pero eso no quería decir nada. Él estudiaba en Sevilla y yo vivía todo el año en Osuna, así que, lo que él hacía en la capital, no lo sabía.
Volví a suspirar y dejé la nota dentro de uno de los cajones de la mesita de noche. Luego me volví hacía la izquierda, cerré los ojos y me quedé dormida.