¿A qué se podía referir la amiga de Elena cuando dijo que no creía que los colores de su cara fueran porque se estaba recuperando?. Miré a ambas amigas. Elena mantenía la mirada fija en el suelo y su amiga, la miraba. Luego, fijó su mirada en mí:
-Perdona, pero con el ajetreo de Elena no me he presentado. Soy Cristina.- dijo la chica. Tenía el pelo castaño y un poco rizado. Sus ojos eran claros, como verdosos. Y era un poco más alta que Elena, pero sólo unos centrimetros.
-Yo soy Manuel, aunque ya veo que me conoces- dije sonriendo.
-Elena me contó lo que le dijiste- contestó ella y miró a su amiga, quien la miraba con el entrecejo fruncido.
Está se levantó deprisa y se tambaleó un poco al hacerlo. Cristina la agarró antes de que yo tubiese tiempo a reaccionar.
-¡Estoy bien!- exclamó- Creo que deberíamos irnos ya, se está haciendo tarde.
-¿Tarde?. Si apenas son las nueve...
-No quiero llegar tarde hoy a casa- le dijo.
La noté algo enfadada.
Yo también me levanté, pasé por el lado izquierdo de Elena y me despedó de ambas chicas.
-Yo me marcho para mi casa. Hasta pronto- dije.
Di dos pasos y me volví.
-Elena, tomate algo más con azúcar cuando llegues a tu casa, ¿vale?- le aconsejé.
-Si. Muchas gracias por todo- contestó ella con una sonrisa.
-Adiós- fue lo único que salió de mi boca.
-Adiós- respondieron las dos chicas.
Hice un gesto con la mano a modo de despedida y me fui. Hoy, después de seis años que me llevaba gustando esa chica, había estado un rato con ella y había tocado su piel.
La verdad, es que no me esperaba hacerlo de aquella manera. Siempre que lo había pensado, era algo como cogerle de la mano o algo parecido. Pero nunca había imaginado que la tuviera desmayada entre mis brazos.
Era un poco anticuado en esas cosas, eso siempre me lo decían mis amigos.
Anticuado y un sentimental de cuidado.
Llegué a casa, solté el malentín con el ordenador portatil y me fui a cenar.
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